viernes, 13 de marzo de 2009

Capítulo 1.2

El primer enemigo se recuerda para siempre, y en las luchas que tenemos que librar solos perdemos más de una batalla acumulando rencor y humillación. No voy a decir una cosa por otra, La Niña había superado todos los límites de maltrato existentes para conmigo y el deseo de arrancarle lentamente las uñas se incrementaba día a día. No tengo registro de haber hablado esto con mis padres, o bien si se los comenté, dudo haber tenido una discusión profunda para resolver el inconveniente. Los pequeños problemas no son tan pequeños en la vida de un pequeño; a veces los padres olvidamos ese no tan pequeño detalle.
Volver cada día al maternal implicaba el enfrentamiento de muchos temores localizados en una sola persona, y digo muchos temores porque estoy seguro que no era ella la que me causaba tanto miedo, sino el hallarme sólo en esa situación; y mientras más lo pienso veo que nunca fui el típico niño que patalea y grita para expresar el deseo de no ir a donde no quiere ir, de no hacer lo que no quiere hacer. A medida que lo medito se hace más claro que siempre acepté mi posición respetuosamente, con demasiado respeto tal vez.
No voy a defender a los niños "mal-criados" como les dicen que viven haciendo caprichitos pero manifestarse en contra de lo pre-establecido es definitivamente un recurso que casi tengo a estrenar.
Volviendo al ovillo de nuestro barrilete, como nunca me reusaba con patadas, gritos y gemidos me resignaba cada día a retornar al jardín para encontrarme con La Niña.
Toda acción tiene una reacción es sabido, y cual represa que se quiebra por la última gota de agresión que ya no puede ser tolerada llegó fin de los días para los gritos dictatoriales de mi compañera.
Acostumbrada a su rutina se encaminó por el pasillito que formaban los bancos del aula. No recuerdo en qué interesante actividad me hallaba concentrado, pero de seguro no era del tipo "plastilino-gastronómica", después de todo uno tiene que aprender. Esa misma mañana había estado meditando sobre el momento, sobre mi reacción en caso de.... Al sentir sus pasos la identifiqué casi de inmediato, mi plan no era más que una maraña de arremetimientos, gritos, insultos y golpes. No podía pensar en nada más que ella, su cara, su manito levantándose señalando hacia "El fondo", su boca abriéndose, el ceño fruncido al extremo y la primera paralabra que escupir. La imagen, mostraba a un niño cabizbajo sentado en un atril crusando los deditos de ambas manos regordetas , y un monstruito de pelo batido parado a su lado expeliendo órdenes. La interrumpí poniéndome de pie y girando lentamente unos 90 grados hacia mi costado comunista, abrí mi bocasa y empecé a gritarle hasta que se me salieron los pulmones. Sus palabras se metieron hacia adentro y cerraron ese buzón de cartas que nunca nadie pidió, sus ojitos oscuros se cristalizaron en lágrimas y explotó en llanto; explotó de dolor, dolor en el orgullo del domador que ha perdido su látigo, del policia al que le quitan su arma o su gorra, dolor humillante dolor. Corrió batiendo aún más su melena y se desvaneción en las oscuridad de El Fondo.
No sé por qué pero si lo pienso, el fondo esta ubicado siempre atrás del punto que se toma como referencia; en este caso era mi vida el punto y su fondo, su parte de atrás o bien, lo que queda en el pasado: un obstaculo más. Me habría comido una torta de plastilina para festejarlo.

2 comentarios:

  1. To comment or not to comment...?
    Bah, me resbala!

    Me encantó cómo lo escribiste! Quisiera saber qué cosas podés haber gritado a esa edad.

    Esta tarde te hago una torta de plastilina para festejar (tenemos muchos motivos)

    Te amo infinitamente.

    ResponderBorrar
  2. Qué bien lo contás. Celebro tu vuelta y poder acceder a la lectura.
    Un placer.

    ResponderBorrar